Diálogos con la sombra ante el resplandor de Arutam

La voz de Arutam se revela en todas las cosas de forma incesante en la selva. De día y de noche su susurro se escurre entre troncos, hojas, brisas, plumas y pieles. Sólo cambia su tono como pleitesía a los cielos y al tiempo, que disfruta su presenc…

La voz de Arutam se revela en todas las cosas de forma incesante en la selva. De día y de noche su susurro se escurre entre troncos, hojas, brisas, plumas y pieles. Sólo cambia su tono como pleitesía a los cielos y al tiempo, que disfruta su presencia sagrada. Aunque todo esto es la última verdad revelada en cantos que gritan, la sombra entretiene nuestra atención hasta un día, completamente confundidos, peguntarnos quiénes somos. Entre luces de oro y plata, el tiempo se desvanece distraídos en anhelos que nunca nos hicieron falta.

¿Cómo entendería el Gran Misterio, si El mismo no me "hablara"? Mis mayores me enseñaron que su voz en todo se revela. Que si adopto el equilibrio a través de la actitud adecuada, en ese instante milagroso e irrepetible, puedo seguir su encanto hasta ese lugar donde se embriaga en su propia dicha autogenerada y naturalmente naciente. Buscar en la crueldad decorada que mancha hojas, hiere al hombre con sables de certeza empuñados por desconocidos.

Tu voz Arutam, en todo canta. Vacío de un entorno que distrae al hombre de su Espíritu, y sumergido en un silencio interior donde el pensamiento no encuentra un lugar y época. No hay como dibujar un recuerdo que beba el resplandor de la Vida y perdure dolorosamente. Respiro ese mundo que el Tabaco bien siente mientras moja mi mano. Sin aire, sino su profundidad estremecedora, Arutam gritas desde la médula de mis huesos, desde el corazón que estremece la montaña, cielos y tierra. Tu canto perdura en la eternidad dichosa que lo entonó, que lo entona. Aunque siempre es en una forma única, se ama y encanta a sí mismo perdurando en los misteriosos trazos que dibujan la selva, sus hojas, ramas e inagotables silbidos de plata; en la piel de la anaconda que tiembla y hace la tierra ronronear. Un murmullo que arrulla las aguas de la laguna negra, que entre plumas respira acechando en el búho y en la memoria que el Uwishin guarda para los suyos.

Un día, hace mucho tiempo, me di cuenta que hacía mucho que mi mente sólo divaga en pensamientos. Había una creación dramáticamente tenebrosa que quería existir y definir su realidad mientras se desvanecía naturalmente. Esa agonía que ladraba como perro herido y hambriento, hizo tanto ruido que ocupó un espacio en un tiempo capturado. Confundido en impresión y miedo, la vida pasaba entregada a una oscura tendencia que habló demasiado entre razones, orgullo, disculpas y lamentos.

Miraré a mis semejantes con el corazón. Ese, cual pude sentir sin apretar un sentimiento hiriéndome. Hoy sé que no hay dolor que portar, ni alegría que perdure como para olvidar de dónde nací. El corazón que mira en mis ojos de pardela, disfruta flotando en los cielos y en la calma del arrullo del mar. Esa serenidad mira a mis semejantes y encuentra la atención del mismo cristal brillante de vuelta.

No dejaré un rincón donde se acomode un recuerdo que quiera dibujar este horizonte que sólo hoy vive. Sé que un presente pensante necesita un lugar y tiempo para creer y explicarse a sí mismo. Y sé que no hay mayor dolor que olvidar y perder la caricia de la dicha que nos hizo nacer desde las radiantes profundidades de la eternidad.

No a más rincones tenebrosos invitado por la sombra que sonríe, esa que robó mi familia y la doblegó a su servicio, dejando unos restos humanos para que produjeran su próxima presa, esa que sería herida lentamente, para que al final, gimiera en una última versión de lenta decadencia.

Susurros de aire pestilente describen la vida como un sin sentido que necesita ser resuelto, violenta y únicamente, por la precisión mecánica y afilada de una araña ahogada en su aliento enfermo. Un hedor contagioso que trastorna la armonía del sentir de Arutam, en seres frágiles por sus heridas. Seres que se tambalean al ser reubicados en mazmorras sin camino, donde ninguna parte de su ser entiende qué ocurre. Allí se escucha por doquier, la nefasta poesía que entona cómo la eternidad nos dejó abandonados en su propia negligencia.

Esos dientes de la sombra, que ni brillan ni están afilados, sino huecos carcomidos; malogran morder a quien les entrega su inocente confianza. Protegeré a los míos, a los pequeños y aquellos en quienes la Vida aún sea capaz de ejercer su voluntad. Cantaré el secreto de la blanca luz de la mañana, descubierto entre el silbido azul, rojo, amarillo y esmeralda de las plumas del tucán. Lo haré con el sentir de mis abuelos, en ceremonia, tomando Natem (ayahuasca), coronando el despertar de la anaconda con la luz de oro del Tabaco. Y derramando las más hermosas gotas del éxtasis que regresa, eternamente naciente, gritando en nuestros niños.

El escalofriante abrazo de la Anaconda estremece la tierra y desfigura el mórbido abrazo de la sombra. Repiro las cenizas de viejas hojas podridas, cuyo hedor aún humea, de viejo, en húmedo fango que enlentece. En estos días aún sucia la luz del Espíritu, y la confusión es una tortura lenta que hace el más dedicado y profundo daño.

Titilante corazón de las estrellas que lloras en las notas de cristal de mi "Tumank", revelas el arco iris en los espejos de los cielos. Y sé, que sólo es una lágrima de Tabaco en tu piel mojada: "Kintia Panki ".